La fabulosa fábula de Catalina y Espanna

Había una vez un Rey sentado en el sofá. Su nombre era esculpido en el corazón de todos los que amaban ser súbditos más que vulgares ciudadanos. El amado Rey se llamaba Felipe el Flipao y tenía dos joyas de hijas, EspAnna, negra e impenetrable, y Catalina, rubia y anticonformista. Ambas eran la envidia del Sol y la Luna por la belleza que emanaban sus ojos y sus sonrisas. Dos niñas adorables, con alguna discordia entre ellas como entre todas las hermanas y hermanos del mundo.

Un buen día, el consejero real , Duque M.Cagohoy, le sugirió al Rey que para recuperar la paz y la serenidad entre las dos hermanas había que organizar una gran fiesta invitando solo y exclusivamente a todos los soldados del reino.

El gran día llegó y nada se supo de las dos hermanas por horas y horas, hasta que los gritos, horribles y trágicos, rompieron el silencio de palacio. Catalina se encontraba tendida en el suelo, llena de sangre, y gritando descalza ante todos los presentes que no le entraban los zapatos y quería escoger otros más grandes o incluso acudir descalza a la gran fiesta, mientras su hermana EspAnna continuaba abofeteándola y estirando de su rubia melena, continuaba gritando imponente que los zapatos eran éstos y ya está y no podía desobedecer.

Todo el pueblo acudió para ver lo que estaba pasando, incluido el Rey, que irrumpió en la sala a paso firme, cerró la puerta a toda mirada indiscreta y miró frente a frente a sus hijas con severidad. Catalina, liberada finalmente de la ira de su hermana, se lanzó a los brazos de su padre, el Rey, que en ese mismo instante y con los mismos brazos la empujó otra vez al suelo, la cogió para llevarla y encerrarla en la torre más alta del castillo. Con la otra mano misericordiosa, el Rey, coge a su otra hija EspAnna y le regala una dulce caricia, reconociendo en su mirada, su misma aptitud de firmeza y poder que el posee. Por ese motivo decide regalarle todo su reinado, así como todos los juguetes de su hermana rebelde.

Porque como dijo el Rey soberano a su hija heredera EspAnna: -Con la Paz no se conquistan las Tierras, el Arte del diálogo es el Arte del Diablo y que la violencia es la solución más rápida y económica para un Imperio. Con estas reconfortantes palabras, EspAnna finalmente llegó a la Gran Fiesta con un fantástico vestido naranja esperando a su príncipe azul Aznar y vivieron felices y comieron bárcines ?

No, en realidad Espanna se aburría mucho durante la fiesta, disimulaba con su sonrisa pero se aborrecía de tanto soldado, y mientras tanto se preguntaba dónde estaban los músicos, los poetas, los payasos, los artistas. Sus orejas reales se vieron sorprendidas por las alegres notas y coros entonando melodías y risas sin fin…De dónde venían? Quienes eran? Por qué no estaban allí en el palacio homenajeándola con sus artes y alegrías? Salió de prisa, bajó las escaleras con increíbles acrobacias siguiendo los dulces ruidos como un perro sigue el olor de una salchicha. Grande fue la sorpresa de Espanna a ver que la animada fiesta se producía justo en la prisión de la torre donde vivía ya su Hermana Catalina. Escandalizada, Espanna, llamó su padre el Rey y a todos los jueces del reino para denunciar tal desafío. ¿Cómo era posible que los músicos y los artistas no acudieran a su fiesta? ¿hay que castigarlos!! Gritó a los Jueces y al consejero M. Cagoy, el cual la tranquilizo explicándole que ya estaban todos en prisión y solo por esto no acudieron a su fiesta, y que además las melodías bonitas que había escuchado en la prisión en realidad era el himno del Reinado que se estaba componiendo y probando en su honor!
Y la fiesta ,sus soldados ,sus bailes sin música siguieron, días tras días y ,por fin el rey ,su Reina y el consejero Cagoy bailaron y bailaron hasta el punto que por fin Espanna se liberó de los engaños y de todos los que se quejaron.

Colorín colorado este cuento no se ha acabado si el amarillo has usado.

Gabriella Napolitano

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